viernes, 10 de marzo de 2017

El retrato en la pintura y la fotografía


La definición de retrato es muy variada a lo largo dela historia. Una definición que me parece aceptable o digna de considerar es la de Cynthia Freeland, ella establece cuatro características específicas para que una representación humana sea considerada un retrato: Representación de la apariencia, caracterizaciones psicológicas, pruebas de presencia o «contacto», manifestaciones de la «esencia» o «aire» de la persona”.
El retrato a partir de la pintura en la historia, al menos del siglo XVI al XVIII había estado muy de la mano de los poderosos, esta posibilidad reducida para unos pocos les confería estatus; y debido a esto, solamente se pudieron conservar de esas épocas mayormente retratos de monarcas, generales, gente del clero, sectores privilegiados, y en casos muy reducidos autorretratos de los propios pintores, como en el caso de Velazquez, Boticcelli o Rembrandt, entre otros.
Este último, es un ejemplo muy renombrado en cuanto a retratos pictóricos. Rembrandt inicia su producción al rededor de 1625 trabajando para personas adineradas, entre ellos su suegro. Considero destacable su trabajo justamente porque es una referencia inmediata como icono del retrato, su pintura es elogiada por sus pinturas en este género, es difícil que alguien no reconozca su pintura por sus retratos específicamente; y también porque en lo personal me parecen sumamente impactantes y conmovedores. En cuestiones técnicas, especialmente en sus últimas pinturas, refleja una basta exploración con los materiales y la capacidad matérica de estos. Gracias a esta búsqueda logró una plástica y cromática muy rica en tonalidades y matices; y más allá del color, la luz que emplea es absolutamente importante. Los personajes en sus composiciones gozan de la intención del pintor por desentrañar al personaje, capturar su actitud, el estado de ánimo, su estatus, captar su esencia; y como complemento, emplea su aportación a través de una serie de recursos muy bien desarrollados, que nos hacen reconocer al estar frente a una de sus pinturas, que ese trabajo, debido al uso de la luz, no lo pudo haber hecho nadie más que él. Especialmente, reitero, la luz, con su particular técnica llamada hoy en día, “El triangulo de Rembrandt” que consiste en una zona del rostro iluminada y la otra en penumbras. Dicha técnica ha sido interpretada por pintores y fotógrafos a través de la historia, hasta la actualidad.
Desde sus inicios la fotografía se empleó al servicio de la pintura para cuestiones técnicas en los proceso de producción, de modo que ya no era necesario que los retratados permanecieran largas sesiones posando frete al pintor, haciendo mucho más fácil este trabajo y a su vez, la fotografía adquirió gran parte de la estructura formal del lenguaje pictórico. Justo en ese momento, en el que la pintura deja de replicar exactamente la realidad dejando a un lado la ayuda de la visión directa natural, comienza a cobrar de nuevo y mucho más profunda la importancia de la exploración imaginativa, la aportación sensible del artista e interpretación no solo de lo superficial, sino también del mundo interno del retratado, que a su vez habla también de lo interno del mismo artista; esto , concretamente a través de la plástica. Este fenómeno se extendió hasta alcanzar niveles de síntesis de las formas y abstracción incluso extremos, desde el impresionismo, el cubismo hasta el arte abstracto, etc.



Un ejemplo de esta relación entre fotografía y pintura queda documentado en las cartas que compartía Van Gogh con su hermano Theo en cuanto a su producción. Le expresa lo siguiente: “Estoy haciendo un retrato de Madre para mí. No soporto la fotografía sin color y estoy intentando hacer uno con un color armonioso, como la veo en el recuerdo”. El autor recurre a la fotografía como apunte de la memoria pero, a la vista de los resultados, parece incapaz de ceñirse simplemente a este fin. Sus propios recuerdos, sus vivencias, amplificados, desdibujados o próximos, crean una obra personal.
Posteriormente, del mismo modo la fotografía se apropia de estos valores, la cualidad de explorar terrenos propios de lo psíquico, emocional y lo interno del ser humano de manera consiente y premeditada. Esta dinámica simbiótica hasta la actualidad no ha parado, este dialogar entre dos disciplinas al grado de incluso perder los limites entre una y otra. Una exploración continua, esta búsqueda por innovar en estas dos disciplinas que parecen inagotables gracias a la evolución de la tecnología.
Concretamente en la historia de fotografía, así como en la pintura, este valor por explorar recursos, me parece que es lo destacable, esta aportación, una nueva mirada, en el sentido de ver bajo otra luz una forma de hacer las cosas y retomar caminos explorados por otras disciplinas desde un modo particular.
Enseguida, a partir de la observación del trabajo de una serie de fotógrafos, destaco algunos recursos, herramientas, modos, que emplean estos, que construyen su “lenguaje visual particular” y que desde mi opinión personal, son valiosos en el sentido de que en mi propio desarrollo podría tomarlos en cuenta para partir con esta búsqueda, este aprendizaje:

Nadar, gracias a su trabajo como caricaturista, resalta mucho los rasgos de la personalidad de las personas que fotografía, de manera que parece “exagerar” ciertas facciones, revelando así la esencia de cada personaje. Julia Margaret Cameron me parece que sus fotos provocan una sensación mucho más melancólica, gracias a una especie de ambientación, un aura que es perceptible en la apariencia general de la fotografía. Y a diferencia de Nadar, todas las personas parecen tener casi la misma expresión, mirada caída, o fija a la cámara pero débil, suave y a la vez muy profunda. August Sanders, en sus retratos el encuadre a diferencia de los anteriores, se aleja y cobra cierta relevancia el contexto en donde se encuentra el retratado, ahora parece estar haciendo algo, una acción que da más información que la simple expresión, la inclusión de objetos como un elemento distintivo o informativo, me da la sensación de estar ante una especie de catálogo de personajes que representan un contexto o una actividad específica. Tienen una sola expresión, una actitud, y es mucho más interesante lo corporal que facial. Cecil Beaton, al instante se puede notar que en la mayoría de sus fotografías es importante la belleza física, una belleza específica, una búsqueda de la belleza consensuada, que proviene de un sector y obedece al canon de una época; incluso cuando retrata a la Dame Edith Louisa Sitwell, esa búsqueda de se nota, esta búsqueda de la belleza en cuanto a los rasgos y objetos superficiales, la superficialidad de los retratados, una belleza que salta a la vista de manera instantánea y no hay que hacer una búsqueda profunda para encontrarla. Diane Arbus, en este sentido también se interesa por lo superficial, pero al contrario de Beaton la búsqueda de su belleza no es convencional, no la encontraríamos en una revista de moda normalmente. Su punto de interés está centrado en el personaje y sus planos son variados, no usa uno determinado como regla que deba reproducir para lograr un determinado resultado, más bien se adecua al personaje de manera más espontánea, de la zona del cuerpo que hay que destacar. Su interés es el de mostrar que se pueden retratar otras formas de belleza no convencional. Richard Avedon, en este caso las expresiones faciales son totalmente variadas, me parece que premeditadas o inducidas. Los personajes se aíslan absolutamente en fondos totalmente lisos, generalmente claros o blancos. La iluminación es muy importante, su incidencia sobre la piel es tal, que tienden a perderse los detalles en los rostros de los retratados, suavizan los rasgos. Sus encuadres regularmente comienzan en el pecho. En el caso de Cindy Sherman es una exploración de la fotografía absolutamente premeditada, preparada, muy plástica y pictórica, en donde es el atuendo o el maquillaje más importante que el personaje que se fotografía, de tal suerte que la misma fotógrafa se retrata a si misma en sus fotografías más destacadas, a mí me provoca la sensación de estar frente a un maniquí, un pretexto para mostrar distinta indumentaria. En el trabajo de Berenice Abbot se me complica un poco más reconocer sus rasgos particulares me parece un tanto indefinido. Es interesante la postura en la que se colocan los personajes que retrata, casi siempre se pueden ver sentados y un encuadre de la cintura o la rodilla para arriba. Juega un papel fundamental y expresiva la colocación de los brazos, guía la mirada hacia el rostro o le da dinamismo a la estructura compositiva. De Robert Mapplethorpe el trabajo que más se destaca tiene que ver con artistas famosos, sus figuras emergen de fondos oscuros gracias a la luz. En general maneja oscuros muy profundos y claros casi al grado de desdibujar los rasgos del retratado. Y por último me parece bastante agradable la forma en que Irving Penn genera plastas negras de los cuerpos de sus personajes, casi siempre vestidos de negro de las cuales emergen sus rostros o manos como fragmentos recortados por la luz.

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